En cuanto Kevin Ayers se dejó de meter ruiditos tontos rayantemente experimentales, y se dedicó a explotar lo que se le daba bien, el pop surrealista, sus discos mejoraron considerablemente. Siguiendo las tendencias marcadas por su trabajo anterior, el antaño miembro de Soft Machine comenzó a publicar álbumes realmente buenos, divertidos, satíricos y realmente originales. En esta ocasión no contó con su guitarrista habitual, Mike Oldfield, que estaba en estudio grabando su propio debut Tubular bells, y a cambio tuvo a sus excompañeros Robert Wyatt, Mike Ratledge y David Bedford, que eran de lo mejor de la época.
Lo mejor una pieza lánguida y agonizante llamada Decadence.
9/10
El disco completo: