miércoles, 13 de noviembre de 2019

Daniel Lanois: For the beauty of Wynona (1993)


Ya estamos tocando los cojones con raritos que no conoce ni su puta madre. ¿No es eso lo que habéis pensado? Bueno... es evidente que su nombre no resuena como el de, digamos, Michael Jackson... pero ¡ojito! Porque el canadiense Daniel Lanois no es precisamente un desconocido. De hecho es más que probable que, si sois mínimamente aficionados a la música, algún libreto de vuestros discos tenga su nombre dentro. 
Lanois es, esencialmente, un gran (¿gran? ¡Un número uno!) productor discográfico. Su concepción del sonido, las densas atmósferas que crea, su particular manera de distorsionar los instrumentos para conseguir efectos insólitos, le convirtieron en objeto de adoración por parte de las bandas con las que trabajaba. ¿De qué estamos hablando?
Daniel Lanois es nada menos que el productor de obras maestras como, por ejemplo, la mayor parte de los mejores discos de U2 (The unforgettable fire... The Joshua Tree junto a Brian Eno... Acthung baby!)... de la época más comercial (igualmente magnífica) de Peter Gabriel (sus álbumes So y Us)... ayudó a Bob Dylan  a resurgir en los años 90 produciéndole discos como Oh mercy y sobre todo el fantástico Time out of mind... dirigió a la enorme Emmylou Harris en su obra Wrecking ball... y acumuló en sus estanterías premios por trabajar con Neil Young, Sinead O´Connor y hasta The Killers.
Creo que ya queda suficientemente claro que no es un mindundi surgido de la nada. 
Pero es que además es músico y compositor. Y como no necesita vivir de eso, compone por placer una música personal, profunda, enormemente atmosférica y de exquisita factura. Una suerte de pop alternativo original, con letras que narran historias muy trabajadas y sonidos que te arrastran como un río de lava seca a través del desierto. En sus canciones hay pantanos, hay polvo, hay habitaciones oscuras sin ventilar, hay un viaje al corazón de los indígenas americanos. 
For the beauty of Wynona fue su segundo disco de estudio... y no fue ni mucho menos un superventas. Fue algo subterráneo, desconocido, un boca a boca apabullante en el mundo de la música. Lo que había dentro era oro. Algo personal, precioso... una bicoca que poca gente conocía, pero los que lo hacían lo admiraban con devoción. 
Desde su inquietante portada hasta la última pista, da la sensación de adentrarnos en terreno prohibido. En algo que pocos han escuchado, y en consecuencia se vuelve más personal y apreciado. 
Naturalmente se ha convertido en una obra de culto. Uno de esos trabajos que sacas de tu colección enseñándoselo a un amigo que ama la música y diciéndole (con egocéntrica satisfacción) "esto no lo conoces y es fantástico".

9/10

El disco completo:

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