lunes, 16 de septiembre de 2019

Metallica (1991)


Nadie se podía imaginar que una banda que había comenzado en un género tan minoritario como el Thrash metal podía dar un salto de gigante tan impactante y colocarse en la primera línea de las bandas más importantes de la historia. Metallica tenían a cuestas ya unas cuantas obras maestras, pese a las críticas de los seguidores más devotos del movimiento, que no dejaban de acusarles de estar reblandeciéndose y de perder la esencia germinal de sus primeros trabajos. Y era verdad. Pero eso no quiere decir que fuera algo malo. Sencillamente no querían repetirse. Querían evolucionar, trabajar nuevos matices y adentrarse en terrenos más accesibles. Bajo la producción de Bob Rock (con quien tuvieron constantes discusiones), buscaron llegar al mayor número de gente posible rebajando la complicación de las composiciones, acortando los temas hasta hacerlos radiofónicos, introduciendo baladas con orquestaciones y buscando un sonido enormemente influído por Black Sabbath
¿Fue una jugada comercial? ¿Estaban buscando llenar las arcas? Si. Claramente si. Pero el tiro les salió bien por la sencilla razón de que las canciones son cojonudas, el sonido parece una apisonadora, James Hetfield canta mejor que nunca y, ya de paso, al fin podemos escuchar el bajo de Jason Newsteed (a quién habían ninguneado en su anterior disco, And justice for all...). Además, es el último disco en el que el guitarrista Kirk Hammet compone solos realmente memorables (desde entonces no ha estado muy lúcido, o al menos no TAN lúcido). 
El interior es un cofre de (a día de hoy ya podemos afirmarlo rotundamente) auténticos clásicos del metal: Enter sandman, Sad but true, The unforgiven, Nothing else matters (en su día odiada por los más fanáticos del metal), Wherever i may roam, Through the never... un catálogo de temas que no tienen precio. 

10/10

El disco completo:

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